Se compró un antifaz. Decía que era de esos que al usarlos, podía cambiar la percepción del mundo. Podía modificar la manera de ver, pero no de manera superficial, realmente hacía que todo se viera y se sintiera diferente.
Con orgullo, cada mañana al despertar, colocaba el antifaz ante sus ojos y salía a enfrentar la vida que le había tocado en suerte. Tranquilo, porque aquel maravilloso objeto le daba a cada circunstancia un color particular.
Aquella fue una tarde como cualquier otra, llena de alegría, paz y tranquilidad. Solo un pequeño detalle podría haber modificado la cotidianeidad del asunto. Era un sentimiento nuevo, algo indescriptible para él, para lo que, con solo palabras no alcanzaba. Alguien le sugirió que a ese sentimiento solían nombrarlo de un modo parecido a una palabra que si mal ese alguien no recordaba, era amor.
Amor, se decía, era un algo que te mantenía todo el día con una sonrisa. Que modificaba el modo en que se amanecía y al mismo tiempo el que te permitía conciliar el sueño. También podía transformar tu cara en la misma que tenía un perfecto idiota, pero con la salvedad de que ese rostro podía generar sonrisas en aquellos que lo veían. Era como contagioso, una enfermedad duradera, pero algo que el común de la gente quería padecer.
Así que eso era. Perfecto, se dijo, entonces continuaré del mismo modo que hasta ahora. Sin embargo, todo había cambiado. A eso, sumado que su antifaz exacerbaba a una máxima potencia de felicidad cada sensación agradable, y tenía el plus de poder convertir todo lo malo en algo bueno. Tan sencillo como eso.
Saltando, bailando, corriendo, cantando, sonriendo, iba por la vida. Sin importar lo que ocurría a su alrededor. Tanto era así, que una noche se topó con una hermosa muchachita que le advirtió que tenía que tener más cuidado al salir a la calle, ya que era muy peligrosa y cosas horribles sucedían a menudo. Pero él contestó muy amablemente que no tenía por qué preocuparse, él tenía un antifaz, y con eso bastaba. La muchachita entonces, se acercó aún más, acarició su mejilla y entre tanta confusión, le arrebató el antifaz y huyó.
Fue así, que una catarata sin fin de sensaciones comenzó a invadirlo, cada una hacía que un dolor indeseado lo atravesara por completo sin piedad. Pero lo más terrible surgió en el preciso instante en que aquello a lo que llamaban amor, le mostró su otra cara. Ese sentimiento que su antifaz hacía parecer lo más maravilloso del mundo se había contaminado, estaba colmado de palabras sin sentido, de preocupaciones innecesarias, de supuestos y hasta de distancia.
No lo soportó, notaba como poco a poco iba marchitándose. Pensaba en su antifaz, pensaba en la muchachita que lo engañó, y comenzó a caminar sin rumbo. A la vuelta de la esquina la vio, la encontró sentada bajo un árbol, sostenía el antifaz con su mano izquierda mientras millones de lágrimas recorrían su rostro. Lo miró fijo y le dijo que no podía soportar tantas sensaciones maravillosas porque ya conocía y llevaba en su memoria los más humillantes y dolorosos sentimientos. Una vez más acarició su mejilla, le colocó el antifaz y le susurró al oído: -Adelante, usalo, ya sabes que el amor tiene dos caras, pudiste conocerlas, pero aún así estás a tiempo. Todavía podés dejarte engañar.
Lu* Galeano.-