Había una vez un pueblo lejano en el que vivían dos hormiguitas muy, pero muy trabajadoras. Ellas estaban siempre sonrientes y felices de amanecer cada nuevo día para volver a sus labores.
Solían despertar bien temprano para buscar sus alimentos, y cuando el sol caía, las hormiguitas regresaban satisfechas a su humilde morada. Sus vidas transcurrían siempre del mismo modo, su rutina se repetía día tras día, semana tras semana, mes a mes.
Pero una tarde, todo cambio. Al regresar después de trabajar podían percibir que algo extraño estaba ocurriendo. Entraron a la casita, dispuestas a preparar una rica merienda, cuando todo comenzó a temblar, el suelo, las paredes, pedacitos de cielo raso caían sobre sus pequeñas cabecitas. Se asomaron sigilosamente por la ventana y allí lo vieron, un señor inmenso tomaba con su enorme mano su diminuta casita y de a poco empezaba a agitarla.
Desesperadas, las hormiguitas intentaron librarse de la crueldad del señor inmenso, pero todo intento por escapar fue en vano. El señor inmenso agitó, agitó y nunca dejó de agitar la casita.
Te preguntarás qué ocurrió con las pequeñas hormiguitas, si acaso escaparon de aquellas enormes garras. Lamentablemente no, ellas no pudieron librase del señor inmenso y partieron, dejaron así este cruel e injusto mundo.
Solían despertar bien temprano para buscar sus alimentos, y cuando el sol caía, las hormiguitas regresaban satisfechas a su humilde morada. Sus vidas transcurrían siempre del mismo modo, su rutina se repetía día tras día, semana tras semana, mes a mes.
Pero una tarde, todo cambio. Al regresar después de trabajar podían percibir que algo extraño estaba ocurriendo. Entraron a la casita, dispuestas a preparar una rica merienda, cuando todo comenzó a temblar, el suelo, las paredes, pedacitos de cielo raso caían sobre sus pequeñas cabecitas. Se asomaron sigilosamente por la ventana y allí lo vieron, un señor inmenso tomaba con su enorme mano su diminuta casita y de a poco empezaba a agitarla.
Desesperadas, las hormiguitas intentaron librarse de la crueldad del señor inmenso, pero todo intento por escapar fue en vano. El señor inmenso agitó, agitó y nunca dejó de agitar la casita.
Te preguntarás qué ocurrió con las pequeñas hormiguitas, si acaso escaparon de aquellas enormes garras. Lamentablemente no, ellas no pudieron librase del señor inmenso y partieron, dejaron así este cruel e injusto mundo.
Lu* Galeano.
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