Tradicional Vs. Moderno.
Lejos ha quedado la tan conocida fórmula para escribir un cuento de introducción, nudo y desenlace que nos enseñaron en el colegio. Lejos ha quedado también la chica huérfana que es rescatada por un príncipe azul con el que se casa para vivir felices por siempre.
Hoy los cuentos son otra cosa, las narraciones son otra cosa. Es difícil encontrar que los relatos modernos empiecen por un claro principio, y más difícil aún es que estos tengan un final. Un claro ejemplo es “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, que comienza narrando el final, la muerte se Santiago Nasar. Otro, también es el caso de Raymond Carver, todos sus cuentos se presentan de un modo fragmentario que paralizan en cierto modo al lector que no está acostumbrado a ese tipo de narración, los finales nunca son los esperados y muchas veces hasta parece que no hay un cierre, el relato queda como inconcluso.
A diferencia de esto, existen los cuentos tradicionales, la mayoría de ellos derivan de relatos orales, antiguamente los cuentos eran variaciones de situaciones cotidianas que se vivían en el seno de cada familia, estos sí en su mayoría siguen aquella fórmula, hay un claro principio, un desarrollo y un cierre, todo bien marcado.
Gracias a esta metodología, Vladimir Propp en “Morfología del cuento”, se encargó de analizar de una manera muy ocurrente los cuentos tradicionales rusos. Propp encaró el análisis a partir de las funciones que cumplía cada personaje que aparecía en el relato, así en lugar de diferenciarlos por su forma, como en el caso de Wundt que clasificó los cuentos maravillosos en fábulas y Volkov que lo hizo por motivos[1], él lo hizo por estructuras.
De este modo pudo determinar que hay treinta y nueve funciones que se repiten en cada cuento, pero que muchas veces alternan su orden. Así, siempre hay un protagonista que se aleja de su hogar con determinada misión, en el camino debe superar ciertos obstáculos para lo que se le otorga un instrumento mágico, luego se enfrenta a un agresor, consigue la victoria, retorna a su hogar convertido en héroe y generalmente se casa.[2]
Me pregunto qué haría Propp si tuviera que analizar los cuentos modernos, ¿podría encontrar tantas funciones que se repitan en cada uno de ellos como lo hizo con los cuentos rusos? Creo que las respuestas son negativas.
En los cuentos modernos ya casi no se respeta ese orden lineal que siguen los relatos tradicionales, por lo que sería muy dificultoso encontrar una fórmula que funcione para todos por igual, ya es difícil encontrar una que sirva para un mismo autor. En el caso de Walsh por ejemplo, sus cuentos varían entre sí, no tiene una misma fórmula a seguir a la hora de escribir, no es lo mismo “Fotos” donde el cuerpo del texto se presenta en fragmentos numerados, que “Los oficios terrestres” donde la narración altera su temporalidad cuando narra el trayecto que emprenden los compañeros para tirar los residuos, mientras intercala momentos de la fiesta que se había hecho el día anterior.
Se puede ver entonces que a diferencia de los cuentos tradicionales, en los modernos se le da mayor importancia al discurso y no tanto a la historia en sí. Ya no se sigue el modelo “Principio, medio, fin”, y se le da mayor lugar a lo ambiguo y a lo fragmentario.[3]
Lo que ocurre con los relatos tradicionales es muy similar a lo que se ve en las telenovelas de estos tiempos. Quienes las miran saben de antemano que en la historia aparecerá un hombre generalmente rico y una mujer pobre, ambos luchan porque su amor salga victorioso, también existe un personaje malvado que intentará destruirlo.
No es casualidad que los argumentos de estás novelas estén presentes en seis historias clásicas: Cenicienta, la lucha de clases, una mujer pobre que no sabe que es rica se casa con el príncipe; Romeo y Julieta, el amor imposible, el amor que vence todos los obstáculo, los padres y la familia son los peores enemigos; El príncipe y el mendigo, el impostor, el intercambio de identidades; Cumbres borrascosas, la rica y el pobre, el amor imposible porque los enamorados pertenecen a diferentes clases sociales y además existe un posible incesto; El conde de Montecristo, la venganza, el crimen que no se cometió produce una injusticia que genera deseo de venganza, para lo cual se adopta una identidad que no es propia, Los miserables, la injusticia, la transformación de un personaje bueno en malo por un acto de injusticia, al protagonista lo encarcelan 19 años por robar un trozo de pan, pero luego, a raíz de un acto de bondad, vuelve a ser bueno.[4]
Ahora bien, más allá de toda diferencia o semejanza, a pesar de las distintas maneras de encarar la narración, tanto los cuentos tradicionales como los modernos, han sido escritos para quienes los leen.
Por eso quiero concluir en que a pesar de que lo tradicional siga una línea, siga una fórmula que se repita y que le permite a autores como Vladimir Propp esbozar análisis de la índole que presentó, y que lo mismo no pueda hacerse con lo moderno por sus características, cada autor, cada escritor, narra una historia pensando en quien lo lee, y cada lector elige leer lo que lee pensando en quién y en cómo lo escribió. Aquí aparece eso que Umberto Eco denomina “pacto ficcional”, donde el lector acepta que lo que se cuenta en el texto son hechos imaginarios, pero no son mentiras. El lector suspende la incredulidad, su juicio acerca de la verdad o la falsedad de lo que está leyendo; así como el autor finge que los hechos que cuenta ocurrieron, el lector finge lo mismo acerca de esos hechos.[5]
Entonces aunque lo que ocurra en los relatos no sea real, no haya ocurrido en verdad, contiene elementos basados en lo real o semejantes a ello. “Los mundos de ficción son parásitos de lo real”, dice Eco. Por lo tanto, cuando un lector hace una elección con respecto al texto que va a leer, sabe a que género se enfrenta, del mismo modo que conoce los límites del mismo.
Así como en los relatos tradicionales existe una fórmula a seguir, en los relatos modernos, cada autor fija sus propios límites para marcar el estilo que le dará a sus cuentos. Del mismo modo creo, el lector fija sus límites a la hora de elegir qué leer.
Es así que en la batalla de lo tradicional vs. lo moderno, ninguno gana, pero tampoco hay alguien que pierda.
[1] Vladimir Propp, “Morfología del cuento”.
[2] Maite Alvarado y Alicia Yeannoteguy, “La escritura y sus formas discursivas”, Cáp. IV
[3] Jaime Rest, “El cuento tradicional y moderno”, Estudio preliminar.
[4] Omar Rincón, “Narrativas mediáticas”.
[5] Maite Alvarado y Alicia Yeannoteguy, “La escritura y sus formas discursivas”, Cáp. IV.
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